lunes, abril 24, 2006
lunes, abril 03, 2006
martes, marzo 28, 2006
XIX
Fui a morir en un tiempo
en el que todos habían nacido
Fui a morir en un tiempo
en el que todos estaban muertos
Fui a nacer en un sueño
en el que todos volaban
y recordar aquel preciso instante
donde la oscuridad del tiempo
que traiciona al recuerdo
permite su placeres
cuando el sol muestra
una luz tenue a cada pensamiento
y vivo pensando que lo más lejano
que ahora recuerdo es este
precioso instante
Fui a nacer en un tiempo
en el que todos habían muerto
Soñar en un tiempo
en el que todos estaban muertos
miércoles, marzo 22, 2006
El sermón del fuego
El pabellón del río está roto; los últimos dedos de las
hojas
se aferran y hunden en la mojada orilla. El viento
cruza la tierra parda, sin ser oído. Las ninfas se han
marchado.
Dulce Támesis, corre suavemente, hasta que acabe mi
canto.
El río no lleva botellas vacías, papeles de bocadillos,
pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas
ni otros testimonios de noche de verano.Las ninfas se
han marchado.
Y sus amigos, los ociosos herederos de consejeros de
la City;
se han marchado, sin dejar señas.
Junto a las aguas del Leman me senté a llorar...
Dulce Támesis, corre suavemente, hasta que acabe mi
canto.
Dulce Támesis, corre suavemente pues no hablo alto ni
largo.
Pero a mi espalda en la fría ráfaga escucho
el entrechocar de los huesos, y el risoteo extendido de
oreja a oreja.
Una rata se deslizó suavemente entre la vegetación
arrastrando su panza fangosa por la orilla
mientras yo pescaba en el turbio canal
un atardecer de invierno por detrás de los gasómetros
meditando sobre la ruina de mi hermano el rey
sobre la muerte de mi padre el rey antes de él.
Blancos cuerpos desnudos en el humedo terreno bajo
y huesos dispersos en una seca buhardilla baja,
entrechocados por la pata de la rata sólo, año tras año.
Pero a mi espalda de vez en cuando oigo
el ruido de bocinas y motores que ha de llevar
a Sweeney hacia Mrs. Porter en la primavera.
Ah la luna brillaba clara sobre Mrs. Porter
y sobre su hija
Se lavan en agua de seltz los pies.
Et O ces voix d´enfants, chantant dans la coupole!
Chuí chui chui
yag yag yag yag yag yag
tan rudamente forzada
Tereo
Cuidad irreal
bajo la niebla parda de un mediodía de invierno
el Sr. Eugenides el mercader de Esmirna
sin afeitar, con un bolsillo lleno de grosellas
a entregar en Londres: documentos a la vista,
me invitó en francés demótico
a almorzar en el Hotel de Cannon Street
seguido de un fin de semana en el Metropole.
A la hora violeta, cuando los ojos y la espalda
se vuelven hacia arriba desde el escritorio, cuando el mo-
tor humano espera
como un taxi que palpita esperando,
Yo Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
anciano con arrugados pechos femeninos, veo
a la hora violeta, la hora del atardecer que se esfuerza
por volver a casa, y lleva al marinero de regreso al hogar.
La mecanógrafa en su casa a la hora del té, recoge lo del
desayuno, enciende
la estufa, y saca la comida en lata.
Fuera de la ventana están tendidas peligrosamente
sus combinaciones a secar tocadas por los últimos rayos
del sol,
sobre el diván se amontonan (de noche es su cama)
medias, pantunflas, fajas y cubrecorsés.
Yo, Tiresias, anciano de arrugados pezones,
percibí la escena y predije lo demás...
yo también aguardé al visitante esperando.
Él, el joven forunculoso, llega,
empleado en una pequeña agencia, con una sola mirada
atrevida,
uno de los modestos en que seguridad se asienta
como una chistera en un millonario de Bradford.
El momento es ahora propicio, según supone,
la cena ha terminado, ella está aburrida y cansada,
se esfuerza por hacerla entrar en caricias
que aún no son reprochadas, aunque no deseadas.
Sofocado y decidido, la ataca de una vez:
manos exploradoras que no encuentran defensa:
su vanidad no requiere respuesta.
y da la bienvenida a la indeferencia.
(Y yo Tiresias he sufrido por adelantado todo
lo realizado en éste mismo diván o cama:
yo que estuve sentado junto a Tebas al pie del muro
y caminé entre los más bajos muertos).
Él otorga un protector beso final
y sale a tientas, encontrando las escaleras sin luz...
Ella se vuelve a mirarse un momento en el espejo,
sin darse cuenta de que se fue su amante:
su cerebro deja paso a un pensamiento a medio formar:
"Bueno, ahora ya está: y me alegro de que haya pasado".
Cuando hermosa mujer desciende a la locura y
da vueltas otra vez en su cuarto, sola,
se alisa el pelo con mano automática
y pone un disco en el gramófono.
"Esta música se deslizó junto a mi por las aguas"
y a lo largo del Strand, Queen Victoria Street arriba.
Ah ciudad de la City, a veces oigo
junto a una taberna en Lower Thames Street,
el agradable gañido de una mandolina
y un estrépito y un charloteo desde dentro
donde los asentadores de pescado vaguean a medodía:
donde las paredes
de San Magnus Mártir contienen
inexplicable esplendor de blanco y oro jónicos.
El río suda
petróleo y alquitrán
las gabarras van a la deriva
con la marea cambiante
velas rojas
anchas
a sotavento, virando en la pesada verga.
Las gabarras barren
troncos a la deriva
por el trecho de Greenwich abajo
más alla de la Isla de los Perros
Ueialala leia
Ual-lala leialala
Elizabeth y Leicester
dando a los remos
la popa tenía forma
de concha dorada
roja y oro
la vivaz hinchazón
onduló por ambas orillas
viento sudoeste
se llevó aguas abajo
el tañer de campanas
torres blancas
Uleilala leia
Ual-lala leialala
"Tranvías y árboles polvorientos.
Highbury me dio el ser. Richmond y Kew
me deshicieron. Junto Richmond levante las rodillas,
boca arriba en el fondo de una estrecha canoa".
"Mis pies están en Moorgate, y mi corazón
bajo mis pies. Después del hecho
el lloró. Prometió `empezar de nuevo´.
Yo no dije nada. ¿Qué me iba a parecer mal?"
"En las Arenas de Margate.
No puedo relacionar
nada con nada.
Las uñas rotas de manos sucias.
Mi pueblo humilde pueblo que no espera
nada"
la la
A Cartago llegué entonces
Ardiendo ardiendo ardiendo ardiendo
Oh Señor Tú me arrancas
Oh Señor Tú me arrancas
ardiendo
Thomas Stearns Eliot
"La tierra baldía"
En su poesía Eliot ha recorrido un camino, que en el siglo XX, condujo al hombre de Occidente a una necesidad de creer, sin certidumbre ni esperanza. El anhelo de los hombres huecos. Dios, que estuvo entre nosotros, no volverá. También nosotros desconocemos nuestro ser o si, acaso, somos. Nada parece ofrecernos salvación. Vivimos y habitamos un mundo sin Dios, sin libertad, sin amor. Somos el hombre de la edad de la miseria, sin ayer ni mañana.
hojas
se aferran y hunden en la mojada orilla. El viento
cruza la tierra parda, sin ser oído. Las ninfas se han
marchado.
Dulce Támesis, corre suavemente, hasta que acabe mi
canto.
El río no lleva botellas vacías, papeles de bocadillos,
pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas
ni otros testimonios de noche de verano.Las ninfas se
han marchado.
Y sus amigos, los ociosos herederos de consejeros de
la City;
se han marchado, sin dejar señas.
Junto a las aguas del Leman me senté a llorar...
Dulce Támesis, corre suavemente, hasta que acabe mi
canto.
Dulce Támesis, corre suavemente pues no hablo alto ni
largo.
Pero a mi espalda en la fría ráfaga escucho
el entrechocar de los huesos, y el risoteo extendido de
oreja a oreja.
Una rata se deslizó suavemente entre la vegetación
arrastrando su panza fangosa por la orilla
mientras yo pescaba en el turbio canal
un atardecer de invierno por detrás de los gasómetros
meditando sobre la ruina de mi hermano el rey
sobre la muerte de mi padre el rey antes de él.
Blancos cuerpos desnudos en el humedo terreno bajo
y huesos dispersos en una seca buhardilla baja,
entrechocados por la pata de la rata sólo, año tras año.
Pero a mi espalda de vez en cuando oigo
el ruido de bocinas y motores que ha de llevar
a Sweeney hacia Mrs. Porter en la primavera.
Ah la luna brillaba clara sobre Mrs. Porter
y sobre su hija
Se lavan en agua de seltz los pies.
Et O ces voix d´enfants, chantant dans la coupole!
Chuí chui chui
yag yag yag yag yag yag
tan rudamente forzada
Tereo
Cuidad irreal
bajo la niebla parda de un mediodía de invierno
el Sr. Eugenides el mercader de Esmirna
sin afeitar, con un bolsillo lleno de grosellas
a entregar en Londres: documentos a la vista,
me invitó en francés demótico
a almorzar en el Hotel de Cannon Street
seguido de un fin de semana en el Metropole.
A la hora violeta, cuando los ojos y la espalda
se vuelven hacia arriba desde el escritorio, cuando el mo-
tor humano espera
como un taxi que palpita esperando,
Yo Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
anciano con arrugados pechos femeninos, veo
a la hora violeta, la hora del atardecer que se esfuerza
por volver a casa, y lleva al marinero de regreso al hogar.
La mecanógrafa en su casa a la hora del té, recoge lo del
desayuno, enciende
la estufa, y saca la comida en lata.
Fuera de la ventana están tendidas peligrosamente
sus combinaciones a secar tocadas por los últimos rayos
del sol,
sobre el diván se amontonan (de noche es su cama)
medias, pantunflas, fajas y cubrecorsés.
Yo, Tiresias, anciano de arrugados pezones,
percibí la escena y predije lo demás...
yo también aguardé al visitante esperando.
Él, el joven forunculoso, llega,
empleado en una pequeña agencia, con una sola mirada
atrevida,
uno de los modestos en que seguridad se asienta
como una chistera en un millonario de Bradford.
El momento es ahora propicio, según supone,
la cena ha terminado, ella está aburrida y cansada,
se esfuerza por hacerla entrar en caricias
que aún no son reprochadas, aunque no deseadas.
Sofocado y decidido, la ataca de una vez:
manos exploradoras que no encuentran defensa:
su vanidad no requiere respuesta.
y da la bienvenida a la indeferencia.
(Y yo Tiresias he sufrido por adelantado todo
lo realizado en éste mismo diván o cama:
yo que estuve sentado junto a Tebas al pie del muro
y caminé entre los más bajos muertos).
Él otorga un protector beso final
y sale a tientas, encontrando las escaleras sin luz...
Ella se vuelve a mirarse un momento en el espejo,
sin darse cuenta de que se fue su amante:
su cerebro deja paso a un pensamiento a medio formar:
"Bueno, ahora ya está: y me alegro de que haya pasado".
Cuando hermosa mujer desciende a la locura y
da vueltas otra vez en su cuarto, sola,
se alisa el pelo con mano automática
y pone un disco en el gramófono.
"Esta música se deslizó junto a mi por las aguas"
y a lo largo del Strand, Queen Victoria Street arriba.
Ah ciudad de la City, a veces oigo
junto a una taberna en Lower Thames Street,
el agradable gañido de una mandolina
y un estrépito y un charloteo desde dentro
donde los asentadores de pescado vaguean a medodía:
donde las paredes
de San Magnus Mártir contienen
inexplicable esplendor de blanco y oro jónicos.
El río suda
petróleo y alquitrán
las gabarras van a la deriva
con la marea cambiante
velas rojas
anchas
a sotavento, virando en la pesada verga.
Las gabarras barren
troncos a la deriva
por el trecho de Greenwich abajo
más alla de la Isla de los Perros
Ueialala leia
Ual-lala leialala
Elizabeth y Leicester
dando a los remos
la popa tenía forma
de concha dorada
roja y oro
la vivaz hinchazón
onduló por ambas orillas
viento sudoeste
se llevó aguas abajo
el tañer de campanas
torres blancas
Uleilala leia
Ual-lala leialala
"Tranvías y árboles polvorientos.
Highbury me dio el ser. Richmond y Kew
me deshicieron. Junto Richmond levante las rodillas,
boca arriba en el fondo de una estrecha canoa".
"Mis pies están en Moorgate, y mi corazón
bajo mis pies. Después del hecho
el lloró. Prometió `empezar de nuevo´.
Yo no dije nada. ¿Qué me iba a parecer mal?"
"En las Arenas de Margate.
No puedo relacionar
nada con nada.
Las uñas rotas de manos sucias.
Mi pueblo humilde pueblo que no espera
nada"
la la
A Cartago llegué entonces
Ardiendo ardiendo ardiendo ardiendo
Oh Señor Tú me arrancas
Oh Señor Tú me arrancas
ardiendo
Thomas Stearns Eliot
"La tierra baldía"
En su poesía Eliot ha recorrido un camino, que en el siglo XX, condujo al hombre de Occidente a una necesidad de creer, sin certidumbre ni esperanza. El anhelo de los hombres huecos. Dios, que estuvo entre nosotros, no volverá. También nosotros desconocemos nuestro ser o si, acaso, somos. Nada parece ofrecernos salvación. Vivimos y habitamos un mundo sin Dios, sin libertad, sin amor. Somos el hombre de la edad de la miseria, sin ayer ni mañana.
miércoles, marzo 08, 2006
Relativo a la belleza
"Antes, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían. Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la hallé amarga. - Y la insulté.
Me armé contra la justicia.
Me escapé. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio! ¡A vosotros se confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Contra toda alegría, para estrangularla, di el salto sin ruido del animal feroz.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo. Me sequé al aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota. Habiendo estado hace muy poco a punto de soltar el último ¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del festín antiguo, donde había tal vez de recobrar el apetito.
La caridad es la clave. - ¡Esta inspiración demuestra que soñé!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que me coronó de tan amables adormideras. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales." ¡Ah! Ya aguanté demasiado - Pero, querido Satán, te lo suplico, ¡menos irritación en la pupila! Y mientras llegan las pequeñas cobardías rezagadas, tú que aprecias en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, te arranco unos cuantos asquerosos pliegos de mi cuaderno de condenado.
Arthur Rimbaud "Una temporada en el infierno"
Me armé contra la justicia.
Me escapé. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio! ¡A vosotros se confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Contra toda alegría, para estrangularla, di el salto sin ruido del animal feroz.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo. Me sequé al aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota. Habiendo estado hace muy poco a punto de soltar el último ¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del festín antiguo, donde había tal vez de recobrar el apetito.
La caridad es la clave. - ¡Esta inspiración demuestra que soñé!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que me coronó de tan amables adormideras. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales." ¡Ah! Ya aguanté demasiado - Pero, querido Satán, te lo suplico, ¡menos irritación en la pupila! Y mientras llegan las pequeñas cobardías rezagadas, tú que aprecias en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, te arranco unos cuantos asquerosos pliegos de mi cuaderno de condenado.
Arthur Rimbaud "Una temporada en el infierno"
martes, febrero 28, 2006
Carta a Picasso 15 Junio 1946
Un grupo de pintores se alza contra la producción de sus obras, paparruchas dignas de un alienado, aunque en la exposición de los locos en Sainte-Anne había cosas mejores que las suyas.
Como han fracasado todos nuestros esfuerzos para destruir su nefasto trabajo que veja a Francia -sobre todo cara al extranjero, como lo prueba la última deliberación de pintores de Inglaterra -, hemos decidido sobre su destino la semana pasada en el Club du Faubourg, y dado que poderes públicos lo dejan actuar, vamos también a actuar nosotros.
Para terminar, debo decirle personalmente sus verdades. Yo lo conozco, es usted un incapaz que no sabe pintar ni dibujar.
¡Ponga sus porquerías al lado de las obras de los grandes pintores: Rafael, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, y verá que porquería es usted!
¡Como es usted un buen fracasado, un incapaz, ha encontrado la fórmula idiota, buena para los imbéciles!
¡Qué desgracia para el país que lo sigan los jóvenes!
¡Pobres cretinos!
Firmado: Un grupo de pintores, de los de verdad.
París, 15 junio 1946
El decorado del saber
Ignoro si es legítimo hablar del fin del hombre, pero estoy seguro de la caída de todas las ficciones en las que hemos vivido hasta la fecha.
Lo real no se sostiene: ¿por qué deberían tomar en serio las teorías que quieren demostrar su solidez?... No hay idea a la que no impida unirse a otra, a la que no aisle y triture, de tal suerte que la actividad del espíritu se degrada en una serie de momentos discontinuos...
Concebir un pensamiento, un sólo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo.
Uno no destruye sino que se destruye uno.
Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro.
E.M. Cioran